Palladio
Los griegos de la antigüedad eran bien detallistas. En sus templos, como el Partenón, hasta el último detalle tenía su razón. Tenían un problema, que en las esquinas de la decoración de arriba (eso que parece una franja con bloques y espacios) ósea el triglifo. Los primeros griegos lo resolvían de una forma, pero los que vinieron después (los del Partenón) lo hicieron diferente: se aseguraron de que en cada esquina hubiera un bloque oscuro que cortara la vista. ¿Para qué? Pues para que el edificio se viera como una sola pieza sólida, como una estatua gigante bien cerrada. No querían que diera la sensación de que seguía, sino que fuera una cosa completa y perfecta por sí sola. O sea, el templo era como una escultura grandota que uno admiraba desde afuera.
Esto no se quedó en casas de ricos. Palladio también dejó su marca en la ciudad. Su proyecto para el Palazzo della Ragione en Vicenza (que tardó una eternidad en terminarse) fue básicamente ponerle una galería elegante, con arcos y columnas al estilo clásico, a un edificio viejo. ¿El propósito? Crear un espacio cubierto para el mercado, donde la gente pudiera comprar, pasear y estar. Aquí lo clásico ya no era para los dioses ni para crear ilusiones, sino para la vida diaria: para vender, encontrarse con los amigos o dar una vuelta.
En resumen, eso que llamamos "clásico" no es una sola cosa fija. Los griegos lo usaron para crear objetos perfectos y cerrados. En el Renacimiento, a veces lo voltearon para crear experiencias inmersivas que te sacaban de la realidad. Y otras veces, como con Palladio, lo adaptaron para hacer espacios bellos pero también útiles y conectados con la vida cotidiana. Cada época agarró esas columnas y frontones y preguntó: ¿y ahora qué inventamos con esto?" La respuesta siempre fue diferente, y por eso el arte clásico nunca pasa de moda.





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