martes, 4 de noviembre de 2025

Palladio

 Palladio

Los griegos de la antigüedad eran bien detallistas. En sus templos, como el Partenón, hasta el último detalle tenía su razón. Tenían un problema, que en las esquinas de la decoración de arriba (eso que parece una franja con bloques y espacios) ósea el triglifo. Los primeros griegos lo resolvían de una forma, pero los que vinieron después (los del Partenón) lo hicieron diferente: se aseguraron de que en cada esquina hubiera un bloque oscuro que cortara la vista. ¿Para qué? Pues para que el edificio se viera como una sola pieza sólida, como una estatua gigante bien cerrada. No querían que diera la sensación de que seguía, sino que fuera una cosa completa y perfecta por sí sola. O sea, el templo era como una escultura grandota que uno admiraba desde afuera.




Ahora, brincando muchos años para el Renacimiento, a un lugar en Italia llamado el Palazzo Te. Ahí, un pintor llamado Giulio Romano hizo una locura: pintó todo el cuarto; paredes, techo, todo con una escena épica de los Gigantes peleando con los dioses. Cuando entrabas, no veías un cuarto normal, ¡sentías que estabas metido en el mito! Gigantes cayéndose, rayos, edificios colapsando. Era como meterse en una película en 360 grados, pero en el siglo XVI. Lo opuesto total al Partenón. Ya no se trataba de admirar algo desde lejos, sino de que el arte te envolviera y te llevara a otro lado.

Entre estos dos extremos está Palladio, un arquitecto que cogió lo mejor de los dos mundos. Por fuera un templo clásico perfecto, como esos que admiras desde lejos. Pero el truco está adentro: está hecha para vivirla. Tiene una cúpula en el centro y balcones abiertos en los cuatro lados que te regalan vistas espectaculares del campo. Usa las columnas y las formas clásicas no para encerrar, sino para conectar la casa con el paisaje. Es como el punto medio perfecto: un edificio bellísimo por fuera, pero diseñado para disfrutarlo desde adentro.

Esto no se quedó en casas de ricos. Palladio también dejó su marca en la ciudad. Su proyecto para el Palazzo della Ragione en Vicenza (que tardó una eternidad en terminarse) fue básicamente ponerle una galería elegante, con arcos y columnas al estilo clásico, a un edificio viejo. ¿El propósito? Crear un espacio cubierto para el mercado, donde la gente pudiera comprar, pasear y estar. Aquí lo clásico ya no era para los dioses ni para crear ilusiones, sino para la vida diaria: para vender, encontrarse con los amigos o dar una vuelta.


En resumen, eso que llamamos "clásico" no es una sola cosa fija. Los griegos lo usaron para crear objetos perfectos y cerrados. En el Renacimiento, a veces lo voltearon para crear experiencias inmersivas que te sacaban de la realidad. Y otras veces, como con Palladio, lo adaptaron para hacer espacios bellos pero también útiles y conectados con la vida cotidiana. Cada época agarró esas columnas y frontones y preguntó:  ¿y ahora qué inventamos con esto?" La respuesta siempre fue diferente, y por eso el arte clásico nunca pasa de moda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Reseñando blogs

   Como parte del curso decidimos hacer una reseña y destacar un blog en particular que resumió positivamente la intención de reflexión y el...